Índice
De la oralidad al texto digital
Nuevas prácticas de lectura y escritura
Algunas definiciones
Debates en torno al texto digital
Los cambios actuales puestos en perspectiva
Oralidad contra escritura. Texto manuscrito y texto impreso
Nuevas polémicas: la virtualización del texto
Transformaciones del sujeto lector
Algunas distinciones
El lector tradicional
Cuestionamientos al modelo tradicional
El lector de textos multimodales
Las nuevas juventudes y las nuevas infancias
Sociedades premoderna, moderna y posmoderna
¿Cómo son estas nuevas identidades?
Los niños y los jóvenes como lectores
¿Cómo leen?
¿Qué leen?
¿Cuáles son sus fuentes?

Nuevas prácticas de lectura y escritura
El video sobre la presentación de Néstor García Canclini[1] en el seminario “Cultura, Arte y Ciudad”, realizado en el Ateneo Porfirio Barba Jacob, de Medellín, Colombia, servirá como punto de partida para este curso. Aquí el autor hace un adelanto de una obra entonces inédita, publicada más tarde por Gedisa: Lectores, espectadores e internautas[2] aparece a fines de 2007 en el contexto de la colección Visión 3X, creada en homenaje a los treinta años de vida de la editorial.
La tesis central de este libro, que de todos modos no termina de posicionarse de manera inequívoca frente a las nuevas prácticas de lectura que describe, es que las tecnologías –ayudadas por la fusión de capitales– han venido a modificar el vínculo de los seres humanos con el texto impreso. Es decir: García Canclini considera que ya no se lee únicamente (y aquí importa en particular el “únicamente”) como se venía haciendo desde la aparición del libro –lo que se denomina “era gutenbergiana”[3]– sino que esta práctica se ha transformado como consecuencia de la aparición de la televisión, primero, y de internet y las tecnologías digitales (celulares, iPods, etc.), después.
Si bien sus ideas no son una novedad para quienes vienen reflexionando sobre este proceso a medida que sucede, es interesante rescatar el proyecto del autor de repensar la lectura y al lector ya no como categorías estáticas, inalterables, impermeables al contexto. Esta propuesta nace sencillamente de la historización de las prácticas lectoras como prácticas culturales.
Algunas definiciones
Antes de avanzar es importante acordar en algunas definiciones básicas en relación con los conceptos a los que haremos referencia aquí.
· Tecnologías de la información y la comunicación. Las TIC son las tecnologías que sirven como soporte o herramienta para la producción y difusión de informaciones, por lo que forman parte del ámbito general de la comunicación. Los desarrollos de las últimas décadas en formatos digitales fueron revolucionarios, ya que facilitan la rápida circulación de la información, gracias, entre otras cuestiones, a su naturaleza virtual. Algunas de estas tecnologías son internet y la telefonía celular.
· Texto digital. En contraposición con el texto analógico, que es el que impera desde la invención de la escritura y se masificó con la imprenta, el texto digital es inmaterial: se trata de una estructura de bites que, gracias a los procesos computacionales de un operador, toma la forma de texto sobre una pantalla. Su lectura posee ventajas y desventajas frente al texto analógico, pero esta comparación puede ser más enriquecedora si se piensa no en términos de superación de un formato respecto de otro, sino en términos de complementación.
· Hipertexto. El hipertexto es una estructura de información organizada en red mediante una serie de nodos interconectados, a través de los cuales es posible vincular distintas partes de esta estructura. En este sentido, el hipertexto –palabra que encuentra su origen en los estudios pioneros sobre la textualidad y las relaciones posibles entre distintos discursos: hipotexto, architexto, intertexto, etc.– supone necesariamente un abordaje no lineal, sino más bien signado por bifurcaciones, saltos, retrocesos, etc.; y lleva al extremo los planteos de las teorías de la recepción que piensan en el lector como constructor activo del sentido. Básicamente, esta es la estructura de la Web o red de redes.
Este concepto tiene su origen en los estudios de Genette sobre las relaciones que un texto literario establece con otros textos, planteo que derivó en la taxonomía que expone en Palimpsestos (1982). Allí, se habla de cinco tipos de relaciones transtextuales posibles:
1. la intertextualidad, es decir, la "copresencia entre dos o más textos”, “la presencia efectiva de un texto en otro";
2. la paratextualidad, definida como la relación que "el texto propiamente dicho mantiene con lo que solo podemos nombrar como su paratexto", es decir: títulos, subtítulos, prefacios, etc.;
3. la metatextualidad o relación que une un texto a otro texto en tanto habla de él sin citarlo, estableciendo una relación crítica o de comentario;
4. la architextualidad: una relación "completamente muda que, como máximo articula una mención paratextual (novela, relato, poemas) de pura pertenencia taxonómica"; y
5. la hipertextualidad, definida como "toda relación que une un texto B (que llamaré hipertexto) a un texto anterior A (al que llamaré hipotexto) en el que se injerta de una manera que no es la del comentario".
Esta definición de hipertextualidad implica, entonces, que entre los textos se produzca una red de inclusiones, lo que a su vez implica construir nuevos sentidos a partir de esa puesta en relación. Por ejemplo, el cuento “El hambre”[4], de Mujica Lainez, tiene como hipotexto las crónicas de Ulrico Schmidl sobre las nuevas tierras del Río de la Plata. Un excelente trabajo sobre la relación entre estos textos puede leerse en “Crónica y literatura en ‘El hambre’ de Manuel Mujica Lainez”, un artículo de Adolfo Chouhy[5].
Genette considera que el pasaje del hipotexto al hipertexto produce distintos tipos de relaciones hipertextuales: parodia, pastiche, travestismo, imitación y collage, por lo que estas relaciones sirven como criterio de clasificación de las obras literitas.
Posteriormente, este concepto fue utilizado para caracterizar las relaciones que permite el texto digital: cuando a través de un enlace se puede “viajar” de un texto a otro, se establecen relaciones de hipertextualidad. En la Web, todo texto es hipotexto y, simultáneamente, hipertexto de otros.
· Multimodalidad. Kress y van Leeuwen, en Reading Images: the Grammar of Visual Design[6], señalan que los textos multimodales recurren a una amplia gama de modos de representación y comunicación de los mensajes: no solo diversos formatos de página, colores y diagramaciones específicos, sino, además, diagramas, infografías, gráficos, fotografías y videos. Todos estos elementos contribuyen –en función de su especificidad– a la comprensión e interpretación del mensaje transmitido, que solo se da en la sumatoria de la información “codificada” en diversos modos: visual, auditivo; mediante palabras, sonidos e imágenes.
Es evidente que internet y los textos digitales en general favorecen este tipo de mensajes: la multimodalidad es uno de los rasgos distintivos de las nuevas maneras de comunicar, incentivadas por las tecnologías Web 2.0, que simplifican su realización.
Debates en torno al texto digital
Leer distinto no tiene por qué ser leer menos ni peor
Uno de los puntos interesantes de la obra de Canclini mencionada más arriba –y que aparece también en el video– es la idea de que la imagen social de las nuevas costumbres de lectura y escritura está, al menos en parte, atravesada por algunos planteos provenientes de ámbitos más clásicos en su concepción de los modos de producción, circulación y recepción de la información considerados legítimos. El autor señala específicamente que la transformación cultural es sentida como –según sus palabras– “una amenaza”: así como la televisión amenazó con desplazar a la lectura, al cine, al teatro y a la vida urbana cultural, del mismo modo hoy internet y las nuevas tecnologías son una amenaza para el libro.
Esta idea no es nueva. En muchos contextos –tales como la academia y las letras, por ejemplo– se cree, efectivamente, que ver televisión o navegar por internet son per se actividades menos enriquecedoras y más pasivas que leer un libro, e incluso un periódico. Consecuentemente, toda actividad lectora que se lleve a cabo por fuera de los libros (en papel, valga la aclaración) u otros materiales impresos está deslegitimada a priori. En estos casos no solo se está confundiendo la forma con el contenido, para decirlo sencillamente, o el soporte con la calidad de la información, sino que existen incluso evidencias a favor de que los nuevos modos de leer y de procesar información no equivalen a una pérdida sino más bien a una transformación: es decir, describir este cambio no implica valorarlo, leer en papel no es necesariamente ni mejor ni peor que hacerlo en una pantalla, y mucho menos de manera absoluta.
Tal como afirma García Canclini en el video que vimos más arriba, la lectura de periódicos on line aumentó considerablemente el nivel de consumo de noticias, y si bien la cantidad de libros que se leen regularmente no es alta, tampoco disminuyó. Al respecto, pueden consultarse los resultados de las encuestas de hábitos y prácticas culturales de España correspondientes al período 2006-2007[7], o las estadísticas que maneja el INDEC para nuestro país[8].
Podemos decir, entonces, que uno u otro modo de lectura tienen cada uno sus pros y sus contras; y, más específicamente, pueden ser funcionales a distintos momentos o tipos de lectura que se lleven a cabo en cada caso.
Los cambios actuales puestos en perspectiva
Oralidad contra escritura. Texto manuscrito y texto impreso
Del mismo modo en que asistieron a una revolución del conocimiento quienes presenciaron el nacimiento de la imprenta en 1450, y antes incluso quienes vivieron el surgimiento de la escritura[9] en detrimento de la cultura oral, hoy estamos ante un cambio radical en el terreno de la información. Esto puede ayudarnos a comprender que existan discursos en contra y a favor de tales cambios. De hecho, tal como sucede hoy en día con el texto digital, el nacimiento de la escritura fue de por sí un proceso complejo, y su desarrollo está ligado a las transformaciones del soporte y de la técnica:
“Los primeros ejemplos de lenguaje escrito datan de aproximadamente 5000 años a. C. En aquellos momentos no existía el papel y se utilizaban variados materiales y métodos para la escritura, tales como manuscritos sobre papiro en Egipto, grabados en piedra en Siria, escritura sobre tablillas de madera y seda en China. Estos materiales limitaban la extensión del texto, ya que la escritura era laboriosa y el producto final era pesado y difícil de transportar (en el caso de la piedra y la madera), delicado o quebradizo (seda y papiro). No fue sino hasta el año 105 de nuestra era que se inventó el papel en China, aunque en el mundo occidental (específicamente en Europa) se continuó usando durante mucho tiempo más el pergamino como principal material de escritura.”
Por supuesto, este avance de la técnica asustó a muchos; entre ellos, a Platón, quien, en su Fedro[10], rechaza la escritura, en detrimento de la oralidad, mediante la voz de Sócrates: “el que piensa que al dejar un arte por escrito, y, de la misma manera, el que lo recibe, deja algo claro y firme por el hecho de estar en letras, rebosa ingenuidad y, en realidad, desconoce la predicción de Ammón, creyendo que las palabras escritas son algo más, para el que las sabe, que un recordatorio de aquellas cosas sobre las que versa la escritura”. Para Platón, por lo tanto, el arte de escribir representó un “retroceso”, ya que vaticinaba la muerte de la comunicación oral y, consecuentemente, condenaba al hombre al olvido y la ignorancia. El problema central, según Platón le hace decir a Sócrates en este diálogo, es la imposibilidad de réplica inmediata que supone la escritura:
“Sócrates: —Porque es que es impresionante, Fedro, lo que pasa con la escritura, y por lo que tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están ante nosotros como si tuvieran vida; pero, si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios. Lo mismo pasa con las palabras. Podrías llegar a creer como si lo que dicen fueran pensándolo; pero si alguien pregunta, queriendo aprender de lo que dicen, apuntan siempre y únicamente a una y la misma cosa. Pero, eso sí, con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no. Y si son maltratadas o vituperadas injustamente, necesitan siempre la ayuda del padre, ya que ellas solas no son capaces de defenderse ni de ayudarse a sí mismas.”
Siguiendo esta línea de razonamiento, Ong propone, en Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra[11], precisamente lo que adelanta en su título: no perder de vista que leer y escribir no son acciones “naturales” al ser humano, sino que debemos pensarlas en términos de “artificio”, en el contexto de la vida social y cultural organizada, dominada por la técnica. A diferencia de las reflexiones en torno al lenguaje en tanto capacidad humana para producir mensajes orales y comprenderlos, la lectura y la escritura no dependen de una capacidad innata y universal del género humano: el hombre habla desde que es hombre, pero no escribe ni lee desde entonces. Hizo falta un cierto desarrollo cultural para que apareciese esta tecnología, lo que explica que muchas culturas no la hayan conocido hasta la llegada de un conquistador, como en los casos de las culturas precolombinas del continente americano.
Desde el punto de vista de Ong, entonces, todo cambio tecnológico en general –y, en particular, en relación con las tecnologías de la palabra– implica una mutación en los planos cognitivo y social, una nueva manera de entender el mundo y estar en él, un cambio en la circulación del conocimiento y en el modo en que el hombre se relaciona consigo mismo y con los otros. Consecuentemente, es esperable que el cambio sea resistido en alguna medida.
En síntesis, un modo de entender este problema es pensar en, como dijimos, la revolución social, cultural y cognitiva que suponen algunos cambios como pasar del agrafismo a la cultura escrita, de los copistas a la imprenta y, hoy, del texto impreso al digital. Este problema es abordado clásicamente por Marshall McLuhan[12] en
La galaxia Gutenberg: “Si se introduce una tecnología, sea desde dentro o desde fuera, en una cultura, y da nueva importancia a uno u otro de nuestros sentidos, el equilibrio o proporción entre todos ellos queda alterado. Ya no sentimos del mismo modo, ni continúan siendo los mismos nuestros ojos, nuestros oídos, nuestros restantes sentidos. (…) El resultado de la ruptura de la proporción de los sentidos [es] una especie de pérdida de la identidad. El hombre tribal y analfabeto, que vive bajo el peso intenso de una organización auditiva de todas sus experiencias, podríamos decir que está en trance”.
Nuevas polémicas: la virtualización del texto
Del mismo modo en que cada etapa en la historia de la lectura y la escritura supuso sus defensores y sus detractores, hoy vivimos en una etapa de disputa. Por ejemplo, Gallina Russell, en “La lectura en la era digital”[13], intenta entre otras cuestiones comprender el origen del rechazo al texto virtual, y encuentra que su “volatilidad y falta de presencia física causa conflicto en un ámbito donde identificamos la permanencia y la confiabilidad del texto impreso con la solidez del conocimiento humano. Los siglos le han asignado a la palabra impresa validez y autoridad, en las que se basa el intercambio del conocimiento y la construcción de nuevas ideas”. Es evidente que, como sostiene la autora, junto con los debates sobre el soporte y los modos producción, recepción y circulación de la información se juegan muchas cuestiones: entre ellas, las representaciones que tenemos las personas sobre el conocimiento. En este caso puntual se pone en cuestionamiento la idea –contraria al imaginario popular– de que el saber sí ocupa espacio o, más bien, el saber debe ocupar espacio. Por eso asociamos muchas veces –inconscientemente– la extensión de una biblioteca con la sabiduría de su poseedor. En este sentido, uno de los problemas que enfrenta el texto electrónico es, casualmente, su naturaleza inmaterial, que no lo podamos tocar.
Al respecto, Bolter agrega en Writing Space: the computer, hypertext and the history of writing[14] que uno de los problemas más fuertes que enfrenta el texto virtual es el hecho de no ser directamente accesible al escritor y el lector: “Si colocas un disco magnético u óptico hacia la luz, no verás ningún tipo de texto. (….) en el medio electrónico varias capas de tecnología sofisticada deben intervenir entre el escritor o lector y el texto codificado. Existen tantas capas intermedias que es difícil para el lector o escritor identificar el texto: ¿está en la pantalla, en la memoria RAM, o en el disco?”. La respuesta de Bolter parece identificar una de las causas del recelo hacia el texto virtual: “nunca hemos estado tan alejados físicamente del texto”.
Junto a esta “inmaterialidad constitutiva”, las nuevas prácticas de lectura ligadas al texto electrónico se ven atravesadas por la masividad y la instantaneidad de la red. Sobre este tema, Jason Epstein –en Text-e, en inglés, francés e italiano–[15] considera que el valor agregado del texto del futuro es, precisamente, su “virtualidad”, rasgo que simplifica radicalmente su distribución a nivel global. Sin embargo, predice también que la lectura seguirá haciéndose desde la versión impresa. La proyección sigue: “Existirán máquinas, similares a los cajeros automáticos, diseñadas específicamente para poder consultar un catálogo en línea de millones de títulos. El lector simplemente seleccionará la publicación, la máquina imprimirá el texto y se lo entregará encuadernado y empastado, listo para llevarse”. Claro que por fuera de este circuito de distribución virtual y consumo analógico coloca a las enciclopedias, atlas, diccionarios, etc., para los que se priorizaría la lectura (breve, fugaz y siempre actualizada) en pantalla.
Otro de los problemas que surge cuando se habla de texto digital es el "desbordamiento cognitivo", un concepto presentado por Lluis Codina en “H de hipertext, o la teoría de los hipertextos revisitada”[16]. Campos García recurre a esta idea y explica –en “Comunicacion, comunidades y prácticas culturales en la cibercultura” (Razón y palabra, nº 27, junio-julio 2002)–[17] que la comunicación web y las ciberculturas enfrentan el problema de la sobreabundancia de información, lo que lleva a los lectores de hipertextos a la sensación psicológica de incapacidad de procesamiento de toda la información que pone a su alcance el sistema de navegación, ya que “no logra recordar todas las bifurcaciones que el sistema le ha ido proponiendo a lo largo de su recorrido”, ni logra explorar físicamente “todos los niveles y caminos que el hipertexto implica”. Consecuentemente, el lector puede sufrir ansiedad y abandonar la lectura. Sin embargo, el autor advierte que esta “disfuncionalidad” puede ser consecuencia de “una defectuosa estructuración del material informativo”. Y en este aspecto reside otro de los puntos clave si se quiere repensar la lectura y la escritura en relación con las nuevas posibilidades que inaugura el mundo virtual: la falta de orden fijo y de un argumento lineal frustra a los escritores y lectores clásicos. El círculo se cierra si pensamos que los escritores y lectores entrenados para/con/en el texto impreso no tienen por qué ser, de buenas a primeras, expertos en el terreno digital. Del mismo modo, es posible imaginar que la red –como nuevo soporte de la escritura y la lectura– permite la experimentación.
Toda esta información nos puede servir para reflexionar sobre el arte de leer y escribir, sobre las especificidades del texto en papel y del texto electrónico y para tomar posición frente a estas polémicas y discusiones, que no son ajenas a la realidad del aula.
Transformaciones del sujeto lector
Evidentemente, los nuevos lectores, los primeros destinatarios del cibertexto, aún están en formación, por eso conviven quienes leen Harry Potter en la pantalla en menos de un día[18] con quienes imprimen hasta los mails para leerlos cómodamente sentados en el sillón de su living. Sin embargo, más allá de las disputas que puedan suscitarse, debe destacarse que los nuevos modos de leer están instaurados y forman parte constitutiva de los hábitos de los niños y jóvenes nacidos en la era digital[19]. Por lo tanto, es necesario comenzar a pensar en el hipertexto y los mensajes multimodales como formatos que conviven con el texto plano tal como hasta ahora lo conocimos, y las pantallas como nuevos soportes: la de la TV, la de la computadora, la del celular, la del iPod, entre otras.
Estos nuevos modos de leer suponen también nuevos lectores, pero de ningún modo el abandono de las lecturas que hoy podríamos denominar “tradicionales”. Dado que se amplían los soportes y los formatos, también se amplían o diversifican los destinatarios; incluso, debemos decir que una misma persona puede ser alternativa o simultáneamente lector, espectador y/o internauta, y que es un lector en cada una de estas situaciones. Esta es otra de las cuestiones que analiza García Canclini en su trabajo.
Algunas distinciones
Si bien estas definiciones nunca son tajantes, ni unívocas ni absolutas, podemos hacer algunas distinciones destinadas, meramente, a facilitar la comprensión de las cuestiones sobre las que estamos reflexionando.
1. El lector tradicional
Se ha señalado ya que el lector ocupa un lugar central en el proceso de circulación de cualquier tipo de mensaje: se trate de literatura o de textos no ficcionales, los planteos lingüísticos que refutaron el modelo tradicional de la comunicación planteado por Jakobson defienden la idea de que el lector o receptor de un mensaje no es un sujeto pasivo, sino que contribuye tangencialmente a la construcción de sentidos.
El modelo de la comunicación del lingüista ruso Roman Jakobson[20] posee una estructura lineal pensada en relación con la producción del mensaje. El autor propone entender la comunicación como un proceso compuesto de seis factores:
a) el emisor,
b) el receptor,
c) el mensaje (vínculo entre los dos sujetos),
d) el canal (medio por el que se expresa el mensaje),
e) el código (que puede ser lingüístico o no) y
f) el contexto.
A partir de estos elementos, Jakobson propone definir las seis funciones del lenguaje, correlativas a cada componente:
a) la emotiva, centrada en los sentimientos del emisor: busca exteriorizar su estado de ánimo y sus emociones;
b) la conativa, dirigida al destinatario o receptor del mensaje, es decir, cuando el hablante apela a su destinatario e intenta su persuasión;
c) la referencial, la relativa al contenido informativo del mensaje;
d) la metalingüística, también llamada “de traducción” en tanto se emplea cuando la lengua habla de la misma lengua, como en los casos de las definiciones;
e) la fática, vinculada al canal y centrada en el hecho físico del establecimiento de la comunicación, es decir que el canal de transmisión permanece activo y no se rompe el contacto. Esto sucede, por ejemplo, cuando emitimos pequeños sonidos al hablar por teléfono para indicar que seguimos comunicados y atentos; y
f) la poética: cuando el mensaje está centrado en la forma, en los valores formales del mensaje destinados a producir un sentimiento o efecto en el destinatario. Esta función permitió esbozar algunas definiciones de lo que se considera “literatura”, en tanto permitió determinar su especificidad.
2. Cuestionamientos al modelo tradicional
Este modelo fue puesto en duda por algunas teorías de la lectura que cuestionaron el lugar asignado al lector en el proceso: si en este caso permanece pasivo, como mero decodificador de un mensaje unívoco transmitido por el emisor, los modelos no unidireccionales o centrados en la recepción plantearán que emisor y receptor son dos roles dinámicos que se vinculan dialécticamente.
Entre los autores que se ocuparon de estas cuestiones, el italiano Umberto Eco es, indudablemente, una figura central. Desde el inicio de su carrera como intelectual, Eco se mostró preocupado por desarrollar una teoría de la interpretación. Así, en cuanto a las obras de arte –plástica, cine, literatura, etc.–, las consideró como portadoras de un mensaje ambiguo, abierto a la subjetividad de la recepción, por lo que concluyó que un solo significante supone una pluralidad de significados. Extensivamente, la obra, tanto como cualquier texto, requieren de un trabajo de interpretación, de invención, de proyección semántica, de colaboración del lector.
Esta idea rompe también con los conceptos tradicionales de mensaje y de productor/autor: si todo lector agrega o cambia sentidos al mensaje en su proceso interpretativo, solo un lector “ideal” es capaz de decodificarlo en los mismos términos en los que lo produjo el autor.
Las primeras aproximaciones a la teoría de la comunicación las hizo a comienzos de 1960, en Obra abierta, y luego dedicó gran parte de su obra a completar estos estudios.
3. El lector de textos multimodales
Estos dos modelos de la comunicación colocan al lector y al receptor en lugares bien distintos. Sin embargo, en ninguno de los dos casos se plantea la posibilidad de un mensaje multimodal. Y esto es lo que sucede hoy: el lector es también, en muchos casos, espectador; dos figuras que se conjugan en la del internauta.
Si pensamos, por ejemplo, en los textos multimodales de la Web, podemos observar algunas cuestiones relacionadas con lo que implica leer, lo que implica ver y lo que implica escuchar, todas actividades que se entrelazan en mayor o menor medida. Se trata, por lo tanto, de nuevos modos de procesar la información.
· En cuanto a la lectura, es una práctica adquiere distintas particularidades con el cambio de soporte: ya no se lee tanto ni linealmente, ni en profundidad. La lectura en internet es más bien en diagonal y “a saltos”, de escaneo.
· En cuanto al “ver”, podemos distinguir entre imágenes en movimiento y estáticas. Es decir, el lector de textos multimodales puede enfrentarse tanto a un video, que seguramente también incluirá audio –como sucede cada vez más en los sitios web de los canales de noticias, en los que pueden verse fragmentos de entrevistas o notas–, como a recuadros con estadísticas u otro tipo de información gráfica, ilustraciones, fotos, etc. Los antecedentes de esta tendencia, explotada al máximo en la pantalla, pueden rastrearse ya en la proliferación de enciclopedias visuales que viene dándose desde hace algunas décadas, tanto como en los cambios paulatinos que distinguen a la prensa gráfica y a los libros escolares: en estos textos se observa cada vez menos cantidad de texto, movimiento inverso al aumento progresivo de imágenes y recuadros.
· En cuanto al “escuchar”, como señalamos, puede tratarse de información audiovisual, como los videos, pero también de audio “puro”: el sonido que incorporan algunos sitios web puede tener mayor o menor grado de protagonismo. Por ejemplo, en algunos casos, simplemente se trata de música de fondo. Pero, en otros, el internauta puede utilizar los recursos de una audioteca (que albergan desde entrevistas hasta sonidos para realizar un radioteatro), o volver a escuchar fragmentos de sus programas de radio favoritos en formato podcast.
Toda esta información sobre los textos multimodales –y la explotación extrema de la multimodalidad que permiten las tecnologías digitales– sirve para comprender que, a los replanteos del modelo tradicional de la comunicación –superadores de este en cuanto a su dinamismo y al lugar del lector en relación con la construcción del mensaje–, debemos agregar nuevas cuestiones vinculadas con la explotación simultánea de muchas modalidades de comunicación que presentan los textos que más se leen actualmente, esto es, los textos digitales. Enfrentarse con este tipo de informaciones implica nuevas habilidades por parte de los lectores. No solo supone transformaciones en el modo de leer, sino también en el modo de ver y de escuchar, y en la manera en que estas tres actividades se relacionan para dar sentidos a un mismo y único mensaje.

Las nuevas juventudes y las nuevas infancias
Desde hace tiempo se puso en cuestión el hecho de que se denomine en singular a la infancia y la juventud, porque se considera que los nuevos escenarios mundiales –es decir, los cambios a nivel social y cultural, principalmente, pero también económicos, políticos y tecnológicos– suponen una transformación en estos actores sociales, cuya marca más fuerte es hoy en día la diversidad. Precisamente a este hecho hace referencia Dávila León en “Adolescencia y juventud: de las nociones a los abordajes”[21]:
“Ya no resulta una novedad, pero sí una necesidad, el pluralizar al momento de referirnos a estos colectivos sociales, es decir, la necesidad de hablar y concebir diferentes ‘adolescencias’ y ‘juventudes’, en un amplio sentido de las heterogeneidades que se pueden presentar y visualizar entre adolescentes y jóvenes. Aquello cobra vigencia y sentido, de momento que concebimos las categorías de adolescencia y juventud como una construcción sociohistórica, cultural y relacional en las sociedades contemporáneas.”
Por lo tanto, en consonancia con esta observación –que puede hacerse extensiva a los nuevos modos en que se configuran las infancias– veremos ahora por qué ya no se puede pensar en los jóvenes y los niños como un colectivo social homogéneo, sino que debemos ser capaces de entender a esos sujetos en sus aspectos distintivos, siempre en relación con el tiempo que les toca vivir.
Sociedades premoderna, moderna y posmoderna
La configuración de las identidades sociales está atravesada por la definición de uno mismo en relación con lo igual y lo diferente, es decir, en el juego de identificaciones y diferenciaciones que supone toda relación con los otros. Sobre un proceso de este tipo es esperable, por lo tanto, que incidan tanto las relaciones que los sujetos entablan con los otros en el contexto situacional del trato cara a cara, como en un contexto mayor –no el de la interrelación inmediata, sino el orden social en el que tiene lugar–. Ello implica que no es lo mismo, en este caso, ser niño o ser joven en la sociedad moderna, que en la pre o la posmoderna. Los otros con los que nos identificamos, y de los que nos diferenciamos, y los recursos que usamos para este fin varían en cada caso. Por eso, Gilberto Giménez, en un artículo de 1997 titulado “Materiales para una teoría de las identidades sociales”[22], señala que en las sociedades premodernas predominaba un “universo simbólico unitario”, mientras que en las “modernas” se pluralizan los “mundos de la vida”. Esto quiere decir que el pasaje de un modo de organización social al otro supuso una ampliación de los modos de estar en el mundo y de los modos de ser.
Pero el proceso no termina allí. Se han señalado largamente tres características clave de la sociedad moderna[23]: la diferenciación, esto es, la autonomía de las esferas de la sociedad; la racionalización, basada en un orden lineal; y, finalmente, la mercantilización, lo que implica una transformación de los productos culturales en mercancías. Lo que interesa señalar aquí es que la poscultura es una consecuencia de la intensificación de estos tres fenómenos. Giménez, en “Cultura e identidad”, caracteriza la “posmodernización cultural” del siguiente modo:
“Esta se caracteriza por la hiperdiferenciación, la hiperracionalización y la hipermercantilización. Si bien cada uno de estos procesos prolonga e intensifica los procesos originados en la modernidad, tienen también por efecto revertir algunas de las tendencias observadas en la misma”.
Y luego explica estos fenómenos en los siguientes términos:
· Hipermercantilización. El concepto alude a que en la sociedad posmoderna prácticamente todas las áreas de la vida social han sido mercantilizadas. A diferencia de las sociedades modernas –en las que algunas esferas de la vida social no estaban comercializadas, como la vida familiar, la pertenencia de clase y los vínculos comunitarios, las fuentes que entonces eran más significativas en cuanto a la constitución identitaria y la conformación del gusto cultural–, todas las esferas de la vida han sido actualmente invadidas por el marketing, incluso el ámbito familiar. Giménez señala al respecto que “los miembros de una misma familia tienden a consumir productos diferentes y a elegir estilos de vida también diferentes, es decir, ya no existe una cultura familiar uniforme”. Por eso ya no se puede hablar de consumos ni de gustos homogéneos a una clase, ni grupo familiar, étnico o etario: los consumos se personalizan porque la vida privada se mercantiliza.
· Hiperracionalización. Este segundo fenómeno implica el uso de tecnologías racionalizadas como los celulares, internet, iPods, etc., para extender y, a la vez, privatizar el consumo cultural. Al igual que vimos en el punto anterior, este proceso también permite a los individuos elegir su propio estilo de vida.
· Hiperdiferenciación. Finalmente, este aspecto implica que el abanico de formas culturales ha “estallado”: ya no hay un amplio conjunto de esferas sociales, sino que las posibilidades son vastísimas, y ninguna de ellas predomina sobre la otra ni tiene mayor jerarquía.
La interrelación de estas tres categorías permite entender distintos procesos sociales. Por ejemplo, Giménez considera que la “hipermercantilización ha conducido a la incorporación de la alta cultura a formas culturales tradicionalmente consideradas de menor prestigio”, fenómeno que puede observarse en hechos tales como que “la música clásica es utilizada como música de fondo en la publicidad, en las películas y en los programas de televisión”. Por eso, concluye el autor, “la creciente fragmentación de la cultura ha conducido, finalmente, a la ‘desdiferenciación’: se borra la distinción entre diferentes formas de cultura, en particular la distinción entre alta cultura y cultura popular, por lo que la alta cultura ha dejado de ser la única cultura legítima”. Es decir que lo que comenzó siendo un proceso de diferenciación, en el cual cada aspecto, esfera o sector cultural luchaba por su propia identidad en la distinción respecto de otros, ahora termina por confundirse en un juego de intercambios y desplazamientos constante y siempre mutable. En conclusión, Giménez se hace eco de autores como Crook, Pakulski y Waters, quienes postulan que la “poscultura” se define, ante todo, por la fragmentación. Su característica más saliente, por lo tanto, es la variedad de opciones, ya no como consecuencia de la jerarquía de gustos basada en las clases y otras diferencias sociales, sino, más bien, de las preferencias relacionadas con estilos de vida.
En este contexto se plantea el concepto de las “identidades multidimensionales” que admiten polarizaciones, tensiones e incluso contradicciones, pero “firmemente fincadas en la experiencia social y en la pertenencia a diferentes grupos”. Admitir la existencia de identidades multidimensionales no implica necesariamente adherir a una visión posmoderna de las identidades, tal como la piensan Stuart Hall –descentradas, posicionales, políticas, plurales, diversas, móviles, fracturadas, menos transhistóricas–, o Zygmunt Bauman –signadas por la fluidez, la fragmentación de las relaciones humanas, el fin de las redes estables de deberes y obligaciones mutuas, el fin de las identidades sólidas y durables.
Para comprender a los actores de la sociedad actual se necesita de cierta reflexión, además, sobre el proceso de globalización. Sobre este punto, Giménez señala su filiación con lo urbano: como consecuencia del achicamiento de las distancias, los sujetos tendemos a pensar el mundo global como “una gigantesca conurbación virtual entre las grandes metrópolis de los países industriales avanzados”, imagen que acentúa “la polarización entre un mundo acelerado, el mundo de los sistemas flexibles de producción y de sofisticadas pautas de consumo, y el mundo lento de las comarcas rurales aisladas, de las regiones manufactureras en declinación y de los barrios suburbanos social y económicamente desfavorecidos, todos ellos muy alejados de la cultura y de los estilos de vida de las ciudades”. En síntesis, la globalización conlleva una reorganización radical de carácter general de la cultura, siempre en el marco urbano, a expensas de las culturas rurales y provincianas que tienden a colapsar juntamente con sus respectivas economías. Desde este punto de vista, no es posible hablar de una identidad global, porque no existe una matriz cultural en la que pudiera apoyarse: no existe una cultura global, sino una cultura globalizada como consecuencia de la interconexión creciente entre todas las culturas en virtud de las tecnologías de comunicación.
Sin embargo, si bien no se puede hablar de una identidad globalizada, el proceso de globalización incide en la configuración de las identidades: el impulso del movimiento de desterritorialización acelera las condiciones de movilidad y engendra nuevos referentes identitarios. María Victoria Martín, en “Jóvenes y teléfonos celulares: aproximación a las configuraciones de nuevos espacios sociales, temporales y territoriales”[24], indica que “La globalización impacta en los procesos de identificación de la gente porque presenta delante de ella a otros individuos que actúan como modelos para asemejarse o diferenciarse”.
¿Cómo son estas nuevas identidades?
Como dijimos, los conceptos de niñez, adolescencia y juventud corresponden a una construcción social, histórica y cultural. Por eso, en las diferentes épocas y según diversos procesos históricos y sociales adquirieron significados diferentes. Al respecto, Pierre Bourdieu sostiene que la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la lucha entre jóvenes y viejos.
Disciplinariamente, se considera que el estudio de la niñez y de la juventud en tanto etapas del desarrollo del ser humano corresponde a la psicología, por lo que históricamente han quedado relegados los posibles aportes de las ciencias sociales y de las humanidades, como la sociología, la antropología, la historia o la educación. Sin embargo, las nuevas culturas de jóvenes y niños son, cada vez más, objeto de estudio de diversas disciplinas.
Más allá de otros abordajes posibles, para pensar la lectura y la escritura de las nuevas generaciones nos bastará aquí con comprender que las identidades se definen fuertemente hoy por los consumos, y la pertenencia a diversos grupos en función de cada uno de esos múltiples modos de apropiación de los objetos materiales y simbólicos. Por eso es posible hablar de la coexistencia de muchos modos de ser niño y muchos modos de ser joven pero, siempre, en todos los casos, esta pertenencia está atravesada por las pautas diferenciales de consumo de niños y adolescentes, independientes de las del resto de su familia, por ejemplo.
Uno de los puntos en los que será útil detenernos es en el vínculo que las nuevas generaciones entablan con las tecnologías. En efecto, se habla actualmente –a partir, más precisamente, de que Mark Prensky publicara en 2001 sus trabajos “Digital Natives, Digital Immigrants” y “Do They Really Think Differently?”–[25] de una diferenciación entre “inmigrantes” y “nativos digitales” para referir al modo en que los más jóvenes consumen la tecnología, se apropian de ella, en contraposición a quienes no nacieron en la era digital.
Según la definición propuesta por Prensky, los nativos digitales son aquellas personas que han crecido, se han desarrollado y han adquirido todo su bagaje sociocultural y cognitivo en un vínculo más que estrecho con internet y las tecnologías en general: teléfonos celulares, videojuegos, televisión, etc. Por contraposición, los inmigrantes digitales se relacionan tardíamente con las TIC y otras tecnologías y nunca llegan a hacerlo como los nativos, ya que tienen otro modo de apropiación y utilización del conocimiento y la información en general. En la misma línea, García, Portillo, Romo y Benito, en un trabajo titulado “Nativos digitales y modelos de aprendizaje”[26], consideran que “entre ambas generaciones las diferencias pueden ser importantes”. Por ejemplo, en relación con la circulación de la información, los niños y jóvenes actuales la comparten y distribuyen, en contraposición a los inmigrantes, que tienden a guardarla en secreto. A la hora de procesar esa información, unos lo hacen de manera que resulta caótica a los ojos de quienes no son sus pares –por la velocidad, la toma precipitada de decisiones, el trabajo en simultáneo y la atención dedicada en paralelo a más de una tarea–, mientras que los otros, los inmigrantes, mantienen una actitud más reflexiva y trabajan, por lo tanto, necesariamente más despacio.
Frente a estos hechos, son muchos los que hoy arriesgan que las generaciones del futuro presentarán incluso modificaciones en su estructura cerebral como consecuencia del desarrollo y la utilización de las nuevas tecnologías. Al respecto, Berry afirma que la diversidad de experiencias conduce a diversas estructuras cerebrales. A partir de esta idea, Prensky –en “Nativos e inmigrantes digitales”–[27] plantea que “es probable que los cerebros de nuestros estudiantes cambien físicamente –y sean diferentes del nuestro– como resultado de su formación. Pero si esto es literalmente verdad, podemos decir con certeza que sus patrones de pensamiento han cambiado”.
Por otra parte, en “Nativos e inmigrantes digitales. ¿Brecha generacional, brecha cognitiva, o las dos juntas y más aún?”[28], Alejandro Piscitelli revisa esta discusión y aporta datos estadísticos sobre los puntos en que se distancian los nativos y los inmigrantes digitales. La conclusión es que los alumnos de nivel medio y superior, pero más fuertemente los de nivel primario, se diferencian hoy de sus docentes tanto por su modo de vestir, sus elecciones musicales y su utilización del tiempo libre –es decir, sus consumos culturales–, como por cuestiones más profundas. Las preguntas hoy en día son cómo piensan los estudiantes de esta generación, sobre qué estructuras mentales se desarrollan sus razonamientos, qué eligen hacer con el conocimiento, cómo son sus procesos de socialización, etcétera.
Existe un consenso más o menos generalizado en cuanto a otro conjunto de rasgos definitorios de la generación N(et): la identidad digital, en la red, es para ellos tan importante o más que la de la “vida real”; tienen fuerte orientación multimedia, estrecho vínculo con la Web, dominio de los medios de producción digital y tendencia a la multitarea y los procesamientos en paralelo; su visión del mundo como prosumidores se opone al concepto de consumidor pasivo; viven el mundo como un terreno de juego, por lo que saltan fácilmente las barreras tanto geográficas como temporales, y trabajan mejor en red que aisladamente. Estas características los llevan, además, a preferir los gráficos antes que el texto, a defender los accesos a la información al azar –desde hipertextos–, a perder el miedo a equivocarse, a ser más creativos, menos estructurados, más expresivos, extremadamente sociales; pero también a tener un discurso más fragmentado y menos capacidad de concentración. En cuanto a sus lecturas, los niños y los jóvenes de las nuevas generaciones prefieren los textos digitales, y en especial los que sean, además, multimodales. Para ellos leer y escribir no son prácticas equivalentes a las de los adultos, porque, entre otras cosas, forman parte de lo que más arriba llamamos “ciberculturas”. El gráfico que se encuentra entres los archivos de los “Contenidos relacionados” con el título de “Ciberculturas” podrá orientar respecto de cómo entender los cambios que supone pertenecer a este tipo a agrupamientos sociales (el mismo gráfico puede verse también en el sitio de donde fue extraído[29]). Aclaramos nuevamente, de todos modos, que esta no es una caracterización que pueda aplicarse de manera acrítica para comprender estos nuevos modos de estar en el mundo. La caracterización pretende, simplemente, aportar cierta información útil para entender algunos nuevos modos de vincularse con el saber y los textos.

Los niños y los jóvenes como lectores
Si nos ponemos de acuerdo en que gran parte de los jóvenes y los niños de las nuevas generaciones tienen sus particularidades, podemos entonces preguntarnos cuáles son las que se vinculan con los hábitos de lectura y escritura. Veremos ahora algunas cuestiones básicas sobre este tema.
¿Cómo leen?
Los chicos leen cada vez más como leen en la pantalla. Pero no hay un solo modo de leer ni siquiera en estos casos. Por ejemplo, se dice comúnmente que los niños y jóvenes de la era digital leen de manera diagonal y superficial los textos, sin detenerse en análisis profundos o críticos sobre los contenidos. Por lo tanto, se deduce, la lectura no resulta enriquecedora y olvidan fácilmente el texto que abordan de este modo. Si bien muchas veces sucede esto, no siempre es así. Se sabe que muchos jóvenes leen libros enteros en pantalla en tiempo récord, superando incluso los niveles de lectura de los grupos alfabetizados para los formatos tradicionales. Es cada vez más común que los chicos intercambien textos digitales, como las novelas de Harry Potter y otros textos de su predilección, y los lean tan críticamente como antiguamente se leían el Quijote o el Martín Fierro.
Podemos establecer una analogía que tal vez resulte esclarecedora. En la era predigital, las lecturas más difundidas fueron la del libro y la del periódico impresos. Evidentemente, estos dos formatos no se leyeron nunca del mismo modo, pero ello no fue objeto de controversia. Nadie supuso que la lectura de periódicos –fragmentaria, caracterizada por una práctica a la que comúnmente se denomina “copetear”– fuera a desplazar o alterar negativamente la lectura. Lo “natural” fue suponer que cada formato presentaba sus propias ventajas y que era más adecuado para distintos fines. Y, sobre todo, nadie se equivocaba a la hora de leer: nadie leyó En busca del tiempo perdido como si estuviera leyendo Clarín y nadie quería vincularse con Página/12 como lo hacía con Viaje al fondo de la noche. Del mismo modo, podemos suponer entonces, hoy se agrega una nueva variable, probablemente más radical. Y dentro de este grupo de lecturas nuevas, las digitales, también podemos distinguir entre diversos géneros discursivos: los jóvenes y los niños leen cada género discursivo digital según las normas que impone el mismo texto.
¿Qué leen?
Entre los consumos más difundidos podemos nombrar los siguientes:
· Blogs, tanto de personas particulares como de grupos congregados en torno a un gusto común, como el cine de ciencia ficción, por ejemplo.
· Sitios personales o porfolios, como Facebook o MySpace.
· Periódicos digitales de interés general o especializados.
· Literatura digital: existe actualmente un enorme mercado de intercambio libre en el que los usuarios ponen sus materiales (música, texto, video, etc.) a disposición de otros, gente a la que muchas veces ni siquiera conocen. Por esta vía intercambian generalmente literatura.
· Textos impresos. Si bien este es el tipo de lectura que proporcionalmente menos realizan, siguen hoy en día leyendo en papel. Es interesante destacar que llegan a muchos textos impresos a través de información que obtienen en internet.
¿Cuáles son sus fuentes?
Tal como permiten suponer los elementos destacados en el punto anterior, la fuente principal de lectura para los jóvenes y los niños es la Web. Este soporte, en su versión 2.0., tiene la particularidad de que permite ser lector y escritor en un mismo movimiento: la categoría de prosumidor hace referencia al hecho de que los usuarios de la Web 2.0. no solo consumen contenidos digitales, sino que los producen. Etiquetar contenidos, agregar comentarios, publicar post, “subir” fotos o videos son algunas de las actividades que ahora pueden hacer los lectores. No solo son lectores activos que contribuyen a la construcción del sentido del texto –del gran texto, en este caso, que es la Web–, sino que ese es precisamente su rol: ser las dos cosas constantemente, pensar el consumo de información desde la lógica del productor.
[1] El video de Canclini puede verse en http://www.youtube.com/watch?v=eXfdFfZurxo
[2] Hay una reseña, entre otras, en http://www.gedisa.com/libroimpres2.asp?codigolibro=309004
[3] Sobre este tema, se puede consultar: http://recursos.cnice.mec.es/media/prensa/bloque1/pag2.html
[4] El cuento puede leerse on line en http://orodetolosa.blogspot.com/2006/12/el-hambre-de-manuel-mujica-linez.html
[5] El artículo está disponible en http://www.salvador.edu.ar/gramma/38/chouhy%2040-45.pdf
De todos modos, las relaciones entre estos textos serán trabajadas en profunidad en el próximo módulo.
[6] Kress & van Leeuwen: Reading Images: the Grammar of Visual Design. London: Routledge, 1996.
[7] En http://www.mcu.es/estadisticas/MC/EHC/2006/Presentacion.html,
[8] Sobre estos datos puede hacerse una búsqueda específica en http://www.indec.gov.ar/
[9] Sobre este tema puede encontrarse información en http://centros5.pntic.mec.es/ies.arzobispo.valdes.salas/alumnos/escri/presen.html
[10] Fragmentos de esta obra pueden leerse en http://www.uned.es/manesvirtual/Historia/platon/fedro.html
[11] Ong, W.: Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1993.
[12] Sobre el autor y sus principales planteos teóricos, ver http://nativosdigitales.blogspot.com/2006/12/herbert-marshall-mcluhan-sociologo-de.html
[13] Consultar http://www.dgbiblio.unam.mx/servicios/dgb/publicdgb/bole/fulltext/volV12002/pgs-11-15.pdf para la lectura completa de este trabajo.
[14] Bolter, J. D.: Writing space: the computer, hypertext and the history of writing. New Jersey: Lawrence Erlbaum Associates, 1991.
[15] Además de poder consultar este trabajo en http://www.text-e.org/debats/index.cfm?conftext_ID=13, el sitio ofrece otros artículos también muy interesantes sobre el mismo tema.
[16] El artículo completo está en http://www.ucm.es/info/multidoc/multidoc/revista/cuad6-7/codina.htm
[17] La versión digital de este texto está en el sitio web de la revista, en http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n27/jlcampos.html
[18] Sobre este tema: http://www.enriquedans.com/2007/07/harry-potter-y-el-poder-del-crowdsourcing.html
[19] Para mayor información, consultar: http://www.saladeprensa.org/art170.htm
[20] Sobre este tema puede leerse en http://www.infoamerica.org/teoria/jacobson1.htm
[21] Recomendamos la lectura de este trabajo, disponible en http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-22362004000200004&script=sci_arttext&tlng=en
[22] El artículo completo se puede consultar en http://version.xoc.uam.mx/tabla_contenido.php?id_fasciculo=139
[23] Sobre este tema, consultar: http://www.paginasprodigy.com/peimber/CULTIDENT.pdf
[24] El artículo completo en http://www.iigg.fsoc.uba.ar/jovenes_investigadores/4jornadasjovenes/EJES/Eje%206%20Espacio%20social%20Tiempo%20Territorio/Ponencias/MARTIN_Ma%20Victoria.pdf
[25] Estos artículos están, en inglés, en http://ictlogy.net/bibciter/reports/projects.php?idp=629 y http://ictlogy.net/bibciter/reports/projects.php?idp=630
[26] El trabajo completo de estos autores está disponible en http://spdece07.ehu.es/actas/Garcia.pdf
[27] Ver http://intervenir.blogspot.com/2005/08/marc-prensky-nativos-e-inmigrantes.html
[28] Este trabajo de Piscitelli está en http://www.scribd.com/doc/467656/Nativos-e-Inmigrantes-Digitales
[29] http://cursa.ihmc.us/servlet/SBReadResourceServlet?rid=1142254896203_1032789445_6470&partName=htmltext.